En toda historia de cervecería artesanal hay un comienzo bien pequeño. La historia de Manush en particular comienza en el garage de la familia García. Martín García volvió a Bariloche en 2005, con unas pruebas de aguas, un diploma de ingeniero en alimentos, y un proyecto de cervecería bajo el brazo. De cervecero casero en tiempos universitarios, pasó a fabricante de garage. Hubo que cambiar muchas cosas de lugar en la casa familiar: el auto pasó a afuera, se revistió la madera con yeso y cerámicos blancos, nuestras viejas habitaciones se llenaron de tubos y mangueras, y bajo el descanso de la escalera los Cornelius se fueron reproduciendo como conejos. ¿Dónde podía ser si no?
MG- Había que ingeniárselas con poco. Me vine con unos barriles de acero de una casa de chatarra. No contaba con recursos, mi viejo me prestó lo que tenía, y con esos barriles modificados armé el primer bloque de cocción. Hacer 40 litros de cerveza era un montón. Para la primavera de 2005 empecé a vender las primeras Pale Ale en el refugio Berghof, donde trabajaba mi hermana, Leti. Manush se fue haciendo popular con la subida de un grupo de personas que empezaron a ir sólo para tomar cerveza. Aún costaba mucho meterse en algún lugar del centro.
-¿Por qué?
MG- El consumo era menor, y uno era tan chico como el mercado al que vendía. Gradualmente la cerveza artesanal fue dejando de ser un producto de nicho, o de lujo, y desde la producción fuimos aumentando cantidad y calidad. Al menos fue así en Bariloche, que en poco tiempo se volvió el segundo polo cervecero después de Mar del Plata.
-Bariloche cambió mucho en esos años…
MG- Claro. La revolución microcervecera que se dio en Estados Unidos en los 70, acá recién estaba empezando cuando creamos Manush. En Argentina el modelo de industria de alimentos impuesto desde los ‘60 y ’70, de las cervezas a los lácteos, era el de la producción masiva y muy concentrada para abaratar costos, sin importar la lejanía con la materia prima. Cuando me recibí todo apuntaba más a eso; armar una pyme supone casi lo contrario: mantener la proximidad con los núcleos de producción y también entre productor y cliente; tanto es así que en la barra misma te das cuenta si la cerveza gusta o no.